Domingo 3º de Pascua

La gente se extrañaba y también se admiraba ante el empuje y la valentía con que los Apóstoles salieron a predicar a Jesús resucitado por las calles de Jerusalén y también se admiraba por los signos que hacían. Pedro les recuerda que todo eso estaba ya anunciado en las Sagradas Escrituras, las cuales anuncian que el Mesías de Dios sería condenado a muerte, que resucitaría y que, en su nombre, se proclamaría la Buena Nueva a toda criatura y sería derramado el Espíritu Santo para la redención de todos los que creen. En el salmo que recitamos a continuación de la primera lectura nos recuerda precisamente esta profecía de la resurrección: «Porque no me abandonarás en la región de los muertos, ni dejarás a tu fiel ver la corrupción».

La segunda lectura, de la primera carta de San Pedro, insiste en la misma idea y añade una verdad que encontramos repetidas veces en los Evangelios: Jesús nos ha revelado que Dios es Padre y nos ha hermanado con Él para que, juntamente con Él, seamos acogidos por Dios, en su Reino, como hijos suyos muy amados. Gracias a Jesús, nuestro destino eterno ha cambiado radical y maravillosamente.

En el Evangelio encontramos el pasaje de los discípulos de Emaús. Es una lectura interesante para los discípulos de todos los tiempos. ¿No os parece?… Quizá algunos de nosotros nos podemos sentir identificados con los de Emaús. También nos encontramos muchas veces con deseos de estar con el Señor, de sentir su presencia, de alimentarnos de su palabra y de fortalecernos con Él, que es el Pan de Vida, pero lo sentimos lejano. No pocas veces nos cuesta reconocerlo y sentirlo cerca. Según las circunstancias que nos toque vivir, podemos ir por el camino de la fe un poco entristecidos o desanimados como los discípulos de Emaús. Jesús en este pasaje nos da dos pistas para que podamos reencontrarnos con Él.

La primera pista es la Sagrada Escritura. Los discípulos de Emaús dicen: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?». Efectivamente, en la Sagrada Escritura encontramos el Espíritu de Jesús que nos habla, nos guía, nos consuela y eleva nuestros corazones hacia Dios. Por aquesta raó, es tan importante para los cristianos la lectura meditada de la Biblia, especialmente de los Evangelios, por los cuales entramos en contacto con Jesús.

La segunda pista es, evidentemente, la Eucaristía. Los dos de Emaús lo reconocieron al partir el pan. La Eucaristía es un signo vivo y eficaz de la presencia de Jesús. Un Jesús que se parte y ser reparte, que se da y se entrega para adentrarse en nosotros de una manera inefable y saciarnos con su misma Vida eterna. No hay don más grande que la Eucaristía. Recemos insistentemente para que podamos volver pronto a nuestras iglesias y podamos celebrar la Eucaristía con un amor renovado por Jesús eucarístico. Recemos también para que nos reencontremos pronto con nuestra comunidad cristiana con un deseo más intenso de compartir juntos nuestra fe y de participar de Aquel que es nuestra Vida.

Para acabar, recordemos que, más allá de los sacramentos y de las paredes de una iglesia, Cristo se hace presente en el prójimo. Aquella persona necesitada que encontramos en el camino de la vida deviene una auténtica eucaristía. En esta eucaristía encontramos a Cristo, tocamos a Cristo, amamos a Cristo y nos alimentamos de Cristo. Tu hermano necesitado es “cristo” para ti, y tú eres “cristo” para él.

Clicar aquí para ver video: https://youtu.be/0cLaRJmZeK8